12 julio 2005

EL ERROR DE WOODY ALLEN

Diferentes estudios muestran que la homosexualidad tiene un importante componente genético

La polémica suscitada por la aprobación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo ha dado lugar a diversas especulaciones sobre las causas de la homosexualidad. ¿Qué dice la ciencia al respecto? Aunque no hay estudios concluyentes, la evidencia disponible indica que la orientación sexual tiene un importante componente genético.

La reciente aprobación de la ley que permite el matrimonio entre homosexuales ha despertado el interés por la naturaleza de la orientación sexual de las personas. ¿Qué es lo que hace que seamos heterosexuales, homosexuales o bisexuales?, ¿la herencia biológica, la educación que hemos recibido o tal vez ambas cosas? El interés de la respuesta radica no sólo en nuestra curiosidad científica, sino también en la actitud individual y social que podemos adoptar ante nuestras propias inclinaciones sexuales o las de los demás.

No es fácil responder, pero quizá debemos comenzar señalando un error frecuente, el del afamado músico y director de cine Woody Allen, quien ha afirmado que el cerebro es el segundo órgano más importante de su cuerpo. Pues no, el señor Allen se equivoca: el principal órgano sexual es el cerebro. De él, más que del resto del cuerpo, dependen la identidad, inclinaciones y conducta sexuales. El aspecto y la configuración del cuerpo tienen una influencia importante en la conducta, pero son las neuronas las que dirigen los sentimientos y deseos y controlan el cuerpo, órganos sexuales incluidos.

En 1991, el norteamericano Simón LeVay publicó una investigación con cerebros de individuos fallecidos que mostraba que parte del hipotálamo, una región del cerebro relacionada con las motivaciones, era más del doble de grande en los hombres heterosexuales que en los homosexuales. Se sabía ya que dicha parte era mayor en los hombres heterosexuales que en las mujeres. Estudios posteriores han confirmado esas diferencias mostrando además que son sólo de volumen y no tanto de contenido, pues el número de neuronas dentro de esa parte del cerebro no es muy diferente en hombres o mujeres de una u otra orientación.

Ante esos y otros datos semejantes, se pensó que la orientación sexual de las personas podría basarse en tal dimorfismo cerebral y tener por tanto un carácter más biológico que social. Por otro lado, el mejor predictor de la orientación sexual adulta, sea homo o heterosexual, es la propia afirmación de sentimientos del implicado, que generalmente precede en varios años a las prácticas conductuales. Es decir, la orientación sexual de los adultos correlaciona fuertemente con los sentimientos y rasgos que se manifiestan muy tempranamente (al menos desde la adolescencia), por lo que se pensó que las influencias biológicas que determinan las inclinaciones sexuales podrían configurarse muy pronto en el desarrollo, quizá incluso durante su gestación en el seno materno.

Durante el desarrollo embrionario, las hormonas sexuales, es decir, las fabricadas en los testículos o los ovarios, organizan no sólo el cuerpo y los órganos sexuales del varón o la hembra, sino también los circuitos cerebrales específicos de cada uno de ellos. Llegada la adolescencia, las mismas hormonas sexuales actúan nuevamente modificando el cuerpo y activando, junto con el ambiente y la actividad mental, dichos circuitos cerebrales para originar excitación y conducta sexual.

Como ambos sexos producen, aunque en diferentes cantidades, hormonas sexuales masculinas (andrógenos) y femeninas (estrógenos), la orientación sexual podría basarse en la cantidad de esas hormonas que produce cada persona adulta. ¿Tienen, por ejemplo, las mujeres homosexuales más testosterona (la hormona sexual que fabrican los testículos, y en menor cantidad, los ovarios) que las heterosexuales? Aunque algún estudio ha mostrado que el 30% de mujeres homosexuales tienen mayor nivel de testosterona en sangre que las heterosexuales, las suposiciones respecto a la cantidad de hormonas sexuales y la orientación sexual no han sido confirmadas.

A pesar de ello, en experimentos con animales y en observaciones clínicas se ha comprobado que las hormonas sexuales son en buena medida las responsables de que durante el desarrollo se produzcan diferencias cerebrales entre sexos. ¿Podrían entonces esas mismas hormonas, durante el desarrollo, imprimir también en el cerebro del embrión la impronta de su orientación sexual? Muchas pruebas experimentales y clínicas apuntan en esa dirección indicando que los andrógenos masculinizan el cerebro del embrión y condicionan críticamente su vida adulta en aspectos como el interés sexual, las habilidades espaciales y otros rasgos de personalidad relativos al género.

Sin embargo, hay otras pruebas recientes de que el sexo, y quizá con ello la orientación sexual, podría empezar a organizarse en el embrión de cada individuo antes incluso de la intervención de las hormonas sexuales. Una rareza biológica lo ha puesto de manifiesto. Se ha hallado un ejemplar natural del pájaro zebra finch que es masculino en su lado derecho, donde tiene un testículo y plumas brillantes, y femenino en su lado izquierdo, donde tiene un ovario y plumas menos vistosas. Sus hemisferios cerebrales también son diferentes, pues el del lado derecho tiene más desarrollados los circuitos neuronales que controlan el canto. Si el desarrollo dependiera sólo de hormonas, los dos lados del cerebro y cuerpo del animal deberían ser del mismo sexo, pues las hormonas se distribuyen igual por ambos lados del organismo.

Experimentos con trasplantes de cerebros en embriones de codorniz antes del desarrollo de las gónadas apuntan en esa misma dirección: un macho adulto a cuyo embrión en desarrollo se le trasplantó parte del cerebro embrionario de una hembra, ni cantaba para atraer a las hembras ni mostraba conducta sexual ante éstas. Estos resultados, aunque no excluyen el papel organizador de las hormonas en el curso del desarrollo, indican que el cerebro del feto podría ya conocer su sexo antes incluso de que se desarrollasen las gónadas (ovarios y testículos) y empezasen a producir hormonas sexuales.

¿Son entonces los genes los determinantes primarios de la organización sexual del cerebro y el cuerpo? Aunque falta todavía mucho por investigar, un buen número de estudios en familias y con hermanos gemelos han mostrado pruebas consistentes de que la orientación sexual puede tener un importante componente genético. Así, se ha observado una elevada tasa de homosexualidad entre los hijos de progenitores que ya lo son, y también entre sus parientes, siendo al parecer las madres las principales transmisoras del componente genético de la homosexualidad en varones. En 1993 se informó de un análisis genético con 40 pares de homosexuales que ponía de manifiesto una región del cromosoma X (denominada Xq28) que podía contener uno o más genes de la homosexualidad.

Particularmente relevantes son los estudios que comparan la incidencia de homosexualidad entre hermanos, gemelos o no, naturales y adoptados. La mayoría de esos estudios muestran la importancia de la herencia en la orientación sexual. La pregunta podría ser: ¿si un hermano es homosexual, que probabilidad hay de que el otro también lo sea? Pues bien, a principios de la década de 1990, varios estudios daban respuesta a esta pregunta. Uno de la Northwester University en Illinois (EE UU) mostró que en hermanos gemelos genéticamente idénticos (monocigóticos) tal probabilidad era del 48%, mientras que en los gemelos que sólo comparten la mitad de los genes (dicigóticos) esa proporción era de tan sólo el 16%. En hermanos biológicos no gemelos era del 14%, y no superaba el 6% en hermanos adoptados. Otros estudios ofrecen resultados similares. Es también destacable que algunos trabajos han encontrado una mayor heredabilidad para la homosexualidad femenina (50-60%) que para la masculina (35-40%).

Muchas de las investigaciones mencionadas y otras han sido criticadas por razones metodológicas o de interpretación de los resultados. Hay quien no está de acuerdo en la forma de elegir a los sujetos de los estudios, o en cómo se ha evaluado su orientación sexual. Hay también quien cree que el componente biológico es sólo un sustrato, quizá diferente en cada individuo, sobre el que el ambiente y la educación construyen la identidad y orientación sexuales.

La realidad derivada de las investigaciones científicas viene a confirmar que el componente genético no cubre todo el espectro explicativo de la orientación sexual de las personas, lo cual nos lleva a admitir un margen para los factores no genéticos, es decir, los ambientales y educativos, por otro lado críticos respecto a los modos en que se practica la conducta sexual de cualquier orientación.

Pero esa misma realidad y lo que sabemos sobre la evolución y el carácter adaptativo del comportamiento nos aleja de la creencia de que la orientación sexual es una opción absolutamente libre del individuo, una opción que, por otro lado, dejaría expedito el terreno para quienes creen en la posibilidad de modificar ese tipo de conducta para adaptarla a patrones de naturaleza más social que biológica. Queda todavía mucho por conocer sobre las causas de la orientación sexual, pero, en cualquier caso, a la luz de los datos objetivos que tenemos, no sería sensato obviar su importante componente congénito.

Información extraida de: El Pais

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